pausa

Frente al espejo, yo, soy sólo yo. Sólo lo que yo mismo soy capaz de ver en mí. Sólo lo que estoy dispuesto a ver en mi. Sólo lo que consigo ver en mí.

Frente al espejo, estas palabras no valen nada. Ni ningunas otras. Del otro lado, ni si quiera puedo escucharlas, ni pensar en ellas, ni contestarlas, ni debatirlas, ni matarlas, ni abrazarlas. Del otro lado, todo eso no tiene sentido. De hecho, nada tiene sentido. Sólo estoy yo. Solo estoy. Solo.

Conociendo todos mis secretos sin necesidad de recordarlos. Con un único testigo: él, que los conoce todos: el tiempo - resulta también muerto a ese lado -. Un tiempo que no justifica nada, y que sólo ha servido para envejecer los marcos. En resumen: para confundirnos. Para despistarnos. Para equivocarnos.

Frente a ese espejo, no hay nada. Sólo un amigo. Sólo un enemigo. Sólo una verdad. Sin mentiras. Puede que sólo una esperanza. Sin añoranzas. Suficiente. Sólo algo, que llamaré silencio. Sólo por llamarlo… Algo que lo inunda todo, y que hace, a la vez, que todo me inunde a mí. Sin ahogarme. Sin ahogarnos.

Sin ahogarnos…

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[ Se me pasó agradecerle todo a la persona que sacó esta idea de mi cabeza: Mil gracias; éste texto es más tuyo que mío. 1 beso enorme y que no dejen de llegarme de una u otra forma tus valiosas palabras. ]